lunes, 28 de febrero de 2011

Respuestas ausentes

Isaac rompió a llorar.
No podía soportar aquella respuesta. Era un día de lluvia, y miraba por la ventana las gotas de lluvia cayendo sobre el suelo de Safed, en el mismo sentido que las de sus lágrimas. Sarah, detrás de él, no comprendía su reacción.
- No sé de qué te extrañas, Isaac, cada día te entiendo menos.
Isaac era un chico tímido e inteligente, dos cualidades menos incompatibles de lo que la gente solía pensar. No le gustaban las compañías, creía que ninguna era mejor aliada que la soledad; sólo se sentía profundamente protegido y amado por su hermana mayor, Sarah, que siempre tenía respuestas para todas sus preguntas. Había preguntado a Sarah por la vida, por la muerte, por todas aquellas complejas preguntas que todos nos hemos planteado alguna vez, pero que muy pocos hemos preguntado a nuestros hermanos mayores.
Sarah le había dicho que las únicas respuestas a esas preguntas eran la ausencia de otras, no podíamos entender qué eran esas cosas, nunca lo entenderíamos, y por tanto, no podíamos responder a esos planteamientos.
Un día, le preguntó por el tiempo, esperando que Sarah le contestase algo parecido; sin embargo, ella confesó que el tiempo sí lo podíamos entender, sólo había que observarlo.
Y fue ése el día que Isaac se propuso observar el tiempo, para poder entenderlo.
Y pensó que lo mejor para entender el tiempo, era fijarse en las demás personas, algo que había descuidado bastante debido a su escasa relación con ellas.
Vio a una anciana paseando por la calle, y no dudó en preguntarle qué pensaba ella que era el tiempo:
- Hijo, yo me lo he preguntado muchas veces. El tiempo es mi peor pesadilla. Un día, cuando mi marido enfermó, un médico me dijo que desgraciadamente, no podían hacer nada por él; entonces, le comenté que había escuchado acerca de un tratamiento fabricado en América que podría sanarlo, pero él contestó que no había tiempo, y mi marido murió. Por otro lado, mis hijos nunca vienen a verme porque dicen que les falta tiempo. No sé, algo muy bueno no puede ser.
Dándole las gracias, algo atónito, Isaac siguió, y vio a una mujer, con tacones y maquillaje, como si quisiera alcanzar una belleza artificial a la que no llegaba; iba leyendo unos papeles por la calle, con un sándwich en la mano, fue a hablarle, pero ella contestó:
- Lo siento, cielo, no tengo tiempo…
Ya estaba lejos, volvió a concentrarse en sus escritos. Por fin, Isaac, vio a un hombre sentado en un banco, con una niña, posiblemente su nieta:
- Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Claro, tengo todo el tiempo del mundo para contestártela.
- Mmm, ¿qué es el tiempo?
- ¿El tiempo? Buff, no sé, quería decir que sí, que puedes hacerme la pregunta.
- Sí, era ésa la pregunta, que para usted qué es el tiempo.
- Ah, es difícil de responder. No sé, supongo que algo que nos hemos inventado para explicar el mundo.
- ¿Cree de verdad que el tiempo explica el mundo?
- Claro. Hemos inventado el tiempo porque no somos capaces de comprender la verdadera esencia de la existencia. Intentamos explicar con el tiempo que el Sol y la Luna nunca cansen de perseguirse y aunque nunca se encuentran, nunca pierdan la esperanza de hacerlo. Para explicar que los lirios cada primavera, desnudos, aparezcan mejor vestidos que el ser humano con todas sus sedas. Que los bebés, después de llorar, se conviertan en niños que ríen, crezcan y vuelvan a llorar, y al final envejezcan y añoren sus risas y sus lágrimas, sin poder recuperar ninguna de ellas. Que el calor ceda el paso al frío, y el frío por educación, haga lo mismo, también lo atribuimos al tiempo. Que las estrellas bailen el vals del universo, con nuestro mundo y todos los demás, también lo atribuimos a geometrías exactas de tiempos exactos. Tenemos que explicar que nuestro cuerpo, cansado de nosotros, decida volver a la tierra y dejarnos escapar de él, que las olas, cada día, no se cansen de acariciar a la arena. Creemos que todo es cuestión de una rutina, pero cada rutina tiene su magia, pequeño.
- Entonces… ¿cree que el tiempo es mágico?
- También tú lo creerás, es cuestión de tiempo.
- Pero entonces, ¿Por qué Sarah dice que no podemos explicar la vida, ni la muerte, ni los sueños?
- ¿Quién es Sarah?
- Mi hermana.
- Bueno, pues yo no pienso como tu hermana. Yo creo que todo lo podemos explicar; la vida es tiempo, ¿en qué se diferencian la vida y la muerte? Inventamos el tiempo para explicarlas, pero en realidad eso sucede porque la vemos desde lejos todas las veces, menos una. Y esa vez, la comprendemos realmente, pero no sabemos cómo explicarlo, y por eso nos callamos para siempre. Por eso hablamos tanto, porque sabemos que algún día nos tendremos que callar; justo en ese momento en el que hayamos comprendido el tiempo, en el que al final de la vida podamos entender la moraleja del cuento que se nos ha narrado, justo cuando comprendamos el sentido de todo, tenemos que callarnos, porque antes hemos gastado todas nuestras palabras. Un sabio dijo que nuestras palabras no son equilibradas: aprendemos a hablar después de un año, y tardamos décadas en aprender a callarnos. Por eso creemos que no entendemos nada, porque no podemos decir nada con juicio, pero en realidad, en lo más hondo de nosotros, todos sentimos la necesidad de una explicación.
Isaac quedó algo sorprendido por las explicaciones del anciano, y decidió ir a contárselas a su hermana.
Sarah le dijo que él tenía que pensar sus propias conclusiones.
- Pero… entonces, ¿no hay ninguna verdad? ¿todo depende de nosotros?
- Claro, podemos pensar que no entendemos nada, o que lo entendemos todo; en el primer caso, sin embargo, nos contradiremos, pues nos entenderemos a nosotros mismos, que será lo único que no hagamos si optamos por la segunda alternativa.
- Sarah, estás un poco loca, ¿cómo no me voy a entender a mí mismo?
- Porque sólo eres una pregunta del tiempo. El tiempo hace al mundo las mismas preguntas que nosotros, y el mundo nos ofrece como respuestas.
- Pero entonces, ¿por qué sólo algunos tienen tiempo?
- Todos tenemos tiempo, la diferencia está en que sólo algunos tienen respuestas, y por eso comprenden su importancia.
- Sarah, no te entiendo.
- Todavía no sabes cómo responder.
- ¡Pero si la pregunta la he hecho yo!
- No, tu pregunta es sólo una respuesta. La pregunta es la vida, la muerte, el amor; tus únicas respuestas son las preguntas que puedes devolverles, y el tiempo ya se encargará de responderlas.
- Pero el hombre me dijo que el tiempo sólo era un invento nuestro…
- Sí.
Isaac quedó callado.
- Entonces, ¿también nosotros inventamos las respuestas?
- Evidentemente, lo inventamos todo, porque antes de que nosotros viniéramos, nada era como nosotros creemos, todo lo que creemos saber es sólo una interpretación propia, fuera de la realidad. Incluso el concepto de realidad también es un invento nuestro.
Fue entonces cuando Isaac rompió a llorar, mirando la lluvia caer en la dirección de sus lágrimas…
- No sé de qué te extrañas, Isaac, cada día te entiendo menos –dijo Sarah.
- Yo tampoco me entiendo.
- Eso significa que has hallado la respuesta.
- ¿La respuesta a qué?
- La respuesta a ti, la respuesta a la pregunta que el tiempo le hizo al mundo. La pregunta eres tú, y la respuesta es tu incomprensión de ti mismo.
- ¿Qué podemos hacer para comprendernos?
- Ignorar las respuestas que hemos encontrado. Reinventar nuestra propia realidad.
Aquel día, las lágrimas y la lluvia mojando el suelo, Isaac vio de nuevo paseando a la misma anciana.
Iba sola.

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