lunes, 3 de septiembre de 2012

La ciudad encantada

Te atrapó la magia de aquellos ojos malditos
que con fuego quisieron esculpir tu sentencia,
y con su sed silenciosa de sangre embrujada
quisieron condenarte a la crueldad de un quizás.

Te cautivó el hechizo de aquella sonrisa
que con sus labios de fuego besaba tus sueños,
excitándote con cada crepúsculo roto
y condenándote a la soledad de tus lágrimas.

A las rejas de una amarga pasión solitaria
te encadenó el veneno de esas curvas malvadas,
en la prisión donde los sentimientos sin himno
siguen soñando errantes con su patria extranjera…

Permitiste al mísero timón de tu naufragio
precipitarse a esa vieja ciudad encantada
donde se paga con un trueque de corazones
ahogados en aquel mar turbio llamado amor…
                                      
La noche se llenó de nubes y de lujuria,
y empezó a llover locura de su piel candente
sobre las fuentes violentas de tu juventud,
regando esas flores cuya sed nunca es saciada…

Y tu nariz olió en su cuello de cisne negro
el delicado perfume de una rosa blanca,
y deslizaste tu mente por sus mil senderos
con el gemido impaciente de un triste placer.

Y con un cruel orgasmo de vida traicionada
voló aquella rosa desde tu almohada de plumas.
Y en tu cama inundada de amor y de lágrimas,
aquella noche, sólo durmieron los silencios.

Y entonces quedó todo envuelto en dolor y en calma,
llegando a un amargo y eterno insomnio cansado.
Paró el tiempo y se oía sólo un reloj lejano
marcando el ritmo de la dolorosa distancia.

En cada sombra escondida veías su rostro,
en cada ruido su risa; en cada brillo sus ojos…
Vivías y morías por sus hilos de seda;
los mismos que tejieron vuestro último adiós.

Sonríe, mírame y sigue tocando el piano…
Que tus notas sigan atravesando el cielo
como las estrellas fugaces de un mundo extinto
coronado por las quimeras de la esperanza.

Fuiste sentenciado y resignado a descubrir
que el amor no es más que un diamante incandescente,
y ni toda el agua del mar podrá apagar nunca
el fuego que mana de la bellezas prohibidas.

Pero en algún momento descubrirás también
que tu mundo no es sólo ese suspiro angustiado
que nos regala, quita y envenena la vida.
Ni esa ciudad encantada… que llamas Ella.



lunes, 27 de agosto de 2012

Nada

No llores, amigo.
Aún no eches el ancla…

Puede que el paraíso no tenga bandera, pero está prohibido perder la esperanza en este mar, llamado vida, en el que fuimos condenados a la eterna deriva de la ignorancia… No hay verdades de mentira, ni ríos de oro, ni montes de plata... ¡ni playas de arena en las que hacer castillos para que vengan princesas! Princesas vestidas con perlas blancas…

Puede que ni siquiera encontremos los oasis a los que canta nuestra balada, pues hace mucho que perdimos el mapa de este desierto en el que a veces las sonrisas son más escasas que el agua... Pero aún así no te rindas, camarada. No sucumbas al silencio y canta una vez más el himno del destino al que siempre desafiabas. Y regala una sonrisa de nuevo, querido pirata de ojo sano y parche cubriendo los males del alma…

Ya sabes que sólo somos el suspiro de un mundo ahogado en las lágrimas de nuestra tormenta, la angustia de una rosa marchita que al Sol un día capturó la niebla. Que tan sólo somos los rayos de la estrella que sentimos consumirse en el alma, como una nebulosa de vida encendida con el fuego de cada mirada…

Somos sólo tímidas notas de la melodía que soñamos con escuchar mañana, aun con los acordes del pasado a la deriva en las orillas de una playa hiptonizada… Somos la música de los recuerdos que abandonados quedaron en el olvido, corcheas fugaces y silencios perdidos en el laberinto de sueños de un tiempo pasado; somos sólo un instante del tiempo ganado por un mundo en el que creímos ser elegidos... Una letra borrosa en la portada de un libro que a nuestros ojos siempre permaneció cerrado...

Somos polvo de las estrellas barrido por el malinterpretado arte de la supervivencia… somos átomos enamorados desintegrados por la existencia. Un abrir y cerrar de ojos ciegos y puertas entornadas en los pasillos del cielo…

Y todos somos lo mismo, pirata. Cierto es que unos peones y otras damas, unas negras y otras blancas, unas hechas de marfil y otras de madera barata, pero al final todos nada más que fichas de este gran tablero de magia, acabando juntos y guardados para siempre en la misma caja…

Canta, salta, baila, corre y piensa que la vida es un regalo cada mañana… Que te levantas y el Sol aún brilla en los ojos de las personas que amas. Que cada gota es como la lágrima feliz de una madre que ve sonreír a su hijo cuando le mira a la cara, de un muchacho enamorado que escribe un poema a su amada, de un amigo que recibe de otro ese abrazo que tanto le hacía falta.

No eches el ancla, pata de palo, que la tempestad siempre acaba… Sigue navegando por ese mar de olas ácidas, pues en ellas aún hay botellas que regalan palabras. Disfruta y ríe, compañero, que cada momento es una ocasión especial para seguir surcando las aguas…

Vive, sueña y ama. Pero no llores, amigo.
No llores, porque no somos nada. 

martes, 19 de junio de 2012

Batallas y sirenas

A veces, imagino la muerte como un prolongado síndrome de abstinencia, en parte debido a que, a veces también, la vida me parece una droga. Una dulce droga ante la que no se nos ha otorgado la posibilidad de elegir. Vivimos en un juego de cartas en el que existen infinitas formas de jugar y apostar, pero siempre con fichas de opio.

Quizá nacer sea eso, la primera batalla de la guerra de opio en la que cada persona lucha con los ojos puestos en una victoria de la que, en realidad, nunca leímos nada en las reglas del juego. Una guerra en la que cada persona lucha con los pies puestos en una derrota en la que nunca tuvimos muy claro qué era exactamente lo que teníamos ni lo que íbamos a perder. Una guerra en la que el corazón permanece entre los ojos y los pies, a medio camino entre la victoriosa esperanza de la felicidad y la frustrante amargura de la decepción, la soledad y la tristeza.

Nadie viaja por el mismo camino. Todos andamos por senderos en los que las flores, los pájaros y los arcoíris cantan con notas para los que en ningún otro lugar se inventaron pentagramas. Pero nos encontramos en un mundo en el que todas esas notas infinitas conspiran para componer siempre una misma melodía, la sinfonía de la vida, el amor y la muerte. El sonido que todos los oídos oyen, todos los corazones veneran y todas las mentes odian tarde o temprano.

Nacemos analfabetos en el arte de vivir, y empezamos a jugar sin haber leído las instrucciones. Sólo aprendemos a jugar a medida que la vida se va comiendo nuestras fichas, mientras que no hacemos sino valorar si vamos ganando o vamos perdiendo, aunque en el fondo sepamos que en este juego nadie puede quedar por encima de nadie.

Y nunca hay una partida de prueba. Ciertas jugadas hacen que elevemos los pies, dejemos de pisar la derrota, y corramos con el corazón dándonos vueltas hacia donde las sirenas cantan a la alegría. Y pasamos por ríos y montañas y llegamos al bosque encantado en el que los árboles nos dicen que nos hemos enamorado. Y momentos después, sin entender nada, nos encontramos con la cara clavada en miles de cactus. El corazón mareado, de tanto viajar a la velocidad de la luz sin que la oscuridad se desvaneciera del todo, y la cara ensangrentada por las agujas de la envidia nos indican que hemos sucumbido al dolor causado por las espinas de la inocencia. Es entonces cuando descubrimos que tener un as no significa ganar la batalla, pues los comodines del azar, la inexperiencia y el dolor ganan incluso las partidas en las que habíamos decidido apostarlo todo.

Es entonces cuando la vida nos enseña lo que no supimos leer en las instrucciones. Que quizás Goliat se dejó ganar. Que quizás sea demasiado peligroso viajar a la velocidad de la luz. Que probablemente sea temerario seguir el canto de las sirenas, pues las sirenas no existen. Y aunque apostamos todo y fuimos derrotados por las espadas de la casualidad, nos permitieron, en un acto de benevolencia, conservar nuestras fichas. Las fichas del opio.

Y seguimos consumiendo la vida, la droga de la felicidad, del éxito y de la idílica fe en el amor eterno. Y descubrimos entonces que existir crea adicción. Que existen ojos, labios, curvas y sonrisas que nos guían cada noche, en un ruidoso silencio de rock alternativo, hasta el paraíso del delirio y la inconsciencia. Existen miradas que apuñalan con espadas mágicas, y a diferencia del rock, es triste percibir que, ante ellas, a menudo no nos queda ninguna alternativa. Espadas que después de partir nuestro corazón y derramar sus sueños sobre la derrota que permanece aún a nuestros pies, hacen que nuestros ojos bajen la vista, y sin necesidad de hablar, les entreguen un nuevo lote de fichas. Fichas de opio, por supuesto.

Y apostamos una vez más, y vuelven a atravesarnos de nuevo los cactus envenenados por la locura. Y pensamos que quizás deberíamos haber aprendido a leer mejor; quizás entonces sí que nos hubieran informado de que el veneno más doloroso, ése que se esconde en los pliegues de cada rosa y en cada callejón de París, no tiene más antídoto que la resignación.

Quizás sea mejor aceptar que existen miradas que pueden volvernos locos hasta hacernos creer que observan con anhelo lo que siempre han ignorado con desprecio, o lo que es peor, con indiferencia.

Quizás sea mejor aceptar que hay flechas que seguirán lanzándose incluso después de que arrojemos nuestras fichas de opio por el puente de los deseos. Incluso después de que dejemos de consumir la droga de la vida, e incluso después de que, con perplejidad, asombro y confusión, seamos informados de que el juego ha acabado ya.

Quizás sufriríamos menos si nos informaran antes de jugar de que nunca podríamos deshacernos de nuestras fichas. Si nos informaran antes de vivir y de luchar de que existen guerras de opio en las que no existen armas que puedan consagrar la victoria o la derrota.

De que existen batallas que no terminan nunca, y de que, en todos los sentidos, nunca han existido las sirenas.


sábado, 12 de mayo de 2012

Caminos de rosas

Sueños que buscan miradas perdidas
nos ensordecen con canciones rotas.
Entramos en los caminos de espinas
siguiendo en vano el olor de una rosa.

Seguimos andando, los pies llorando.
Se hincan las espinas, sangran los años,
y otra noche nos sorprende temblando,
helados de frío y de desengaño.

Ebrios por beber el agua de la vida,
empezamos a ahogarnos en sus olas.
Nos quedamos más ciegos cada día,
pues buscamos luz y encontramos sombras.

Queda en silencio nuestro triste páramo.
Se oye tras el viento el débil murmullo
de un llanto de corazones quemados;
en cenizas quedaron los susurros.

Las espinas cubren el desierto helado
mientras ando por ellas hacia la nada.
Me derrumbó el amor envenenado
que olí en aquella rosa embrujada.

domingo, 29 de abril de 2012

El último susurro

Ardieron mis alientos en el fuego
y nuestras risas murieron de lástima.
Eternas llamas de amores de invierno
un día sin viento fueron apagadas.

No hielan el Sol ni paran el tiempo,
ni florecen ya nunca esas miradas.
No brillan los ojos ni los sentimientos,
ni el metal de las espadas del alma.

Ya no eran mis ojos los que hacían
en tu cara brillar las esmeraldas.
No eran ya mis manos las que harían
por tu rostro mil senderos de magia.

Ardía un sueño. Ardía una esperanza.
Y nuestras bocas quedaron selladas.
Ya no tenía el corazón palabras.
Todo estaba dicho. No quedaba nada.

Nuestras vidas en silencio quedaban.
Nuestras voces se oían ya lejanas,
y sólo susurraba entre las llamas,
por última vez, un “no te vayas”.

lunes, 5 de marzo de 2012

Saldrá un nuevo Sol cuando vengas

Escaparán las lágrimas volando
y lloverán en ríos invisibles.
Huirán de los ojos que tantos años
ahogaron su angustia en sonrisas tristes.

Disipando la oscuridad siniestra,
bañarán los rayos las cumbres grises.
Crecerán las flores que el alma siembra
en la esperanza en la que tú creciste.

Volverán las sonrisas que esperando
regresar a los labios del destino,
llegaron a nosotros imitando
esa luz que sólo soñando vimos.

Volando se irá la oscura niebla
para cubrir los valles del olvido.
Quedarán despejadas, serán nuestras,
las horas que soñé pasar contigo.

Vendrán de nuevo las olas del mar
a dejar nuestros besos en la arena,
y en ella nuevas rosas crecerán,
porque saldrá un nuevo Sol cuando vengas.

viernes, 2 de marzo de 2012

Vida (n, f.):

Canciones mudas, apariencias falsas,
tormentas  en mares de aguas en calma.
Rostros que mueren, sonrisas que cambian
y dejan cristales rotos en lágrimas.

Ojos que miran y roban miradas,
fugaces, como estrellas del cielo,
como luces que conquistan las almas
cautivas en jaulas de amor y celos.

Deseos que consume la nostalgia.
Deseo y magia en crepúsculos de suerte
que vemos pasar desde la ventana
del tren que nos lleva, rumbo a la muerte.

Momentos que nos dejan sin palabras
y duelos en los que no existen armas,
pues no tiene el corazón las espadas
que en este mundo ganan las batallas.

Efímera flor, fragancia malvada,
sublime joya de perlas doradas,
de olas que tan pocas orillas bañan,
de aguas que tan pocas gargantas sacian.

Rosas, efímeras flores de otoño
que las tormentas de invierno alcanzan,
en el tren de anhelos y sueños locos
de los que, sin voz, al recuerdo cantan.

sábado, 4 de febrero de 2012

Claro de Sol

Cuando el Sol comprenda mis suspiros en el viento
y llene de luz la esperanza que en mí sembraste,
me llenarán tus ojos de lágrimas por dentro;
las mismas lágrimas que en mi corazón dejaste.

Las mismas gotas amargas que al cielo escaparon
desde los ojos que mirando siempre adelante,
se cansaron de la muerte, la vida y los años,
de los buenos y malos, pero no de esperarte.

Alegrías y esperanzas que en el alma libraron
eternas batallas entre la vida y la muerte,
desde el día que los primeros ojos miraron
a los dioses del amor, el azar y la suerte.

Cuando el Sol comprenda los sueños que al atardecer
cada día a tu sonrisa temía deberle,
por todos los ojos que en ella pudieron leer
el escondite de su felicidad ausente.

Cuando el Sol comprenda mis suspiros en las olas
de aquel mar que con tus aguas doradas llenaste,
por ríos pintados de verde nadarán solas
las alegrías que de mí, sin querer, robaste.


Venceremos al miedo que nos hizo inmortales.
Los sueños perdidos volverán a sus hogares.
Se irán para siempre los recuerdos del desastre.
El Sol entenderá que no era fácil olvidarte.