No llores, amigo.
Aún no eches el ancla…
Puede que el paraíso no tenga bandera, pero está prohibido perder la
esperanza en este mar, llamado vida, en el que fuimos condenados a la eterna
deriva de la ignorancia… No hay verdades de mentira, ni ríos de oro, ni
montes de plata... ¡ni playas de arena en las que hacer castillos para que vengan
princesas! Princesas vestidas con perlas blancas…
Puede que ni siquiera encontremos los oasis a los que canta nuestra balada, pues hace
mucho que perdimos el mapa de este desierto en el que a veces las sonrisas son
más escasas que el agua... Pero aún así no te rindas, camarada. No sucumbas al
silencio y canta una vez más el himno del destino al que siempre desafiabas. Y
regala una sonrisa de nuevo, querido pirata de ojo sano y parche cubriendo los
males del alma…
Ya sabes que sólo somos el suspiro de un mundo ahogado en las lágrimas
de nuestra tormenta, la angustia de una rosa marchita que al Sol un día capturó
la niebla. Que tan sólo somos los rayos de la estrella que sentimos consumirse
en el alma, como una nebulosa de vida encendida con el fuego de cada mirada…
Somos sólo tímidas notas de la melodía que soñamos con escuchar mañana,
aun con los acordes del pasado a la deriva en las orillas de una playa
hiptonizada… Somos la música de los recuerdos que abandonados quedaron en el
olvido, corcheas fugaces y silencios perdidos en el laberinto de sueños de un tiempo pasado; somos sólo un instante del
tiempo ganado por un mundo en el que creímos ser elegidos... Una letra borrosa en la
portada de un libro que a nuestros ojos siempre permaneció cerrado...
Somos polvo de las estrellas barrido por el malinterpretado arte de la supervivencia…
somos átomos enamorados desintegrados por la existencia. Un abrir y cerrar de
ojos ciegos y puertas entornadas en los pasillos del cielo…
Y todos somos lo mismo, pirata. Cierto es que unos peones y otras
damas, unas negras y otras blancas, unas hechas de marfil y otras de madera
barata, pero al final todos nada más que fichas de este gran tablero de magia,
acabando juntos y guardados para siempre en la misma caja…
Canta, salta, baila, corre y piensa que la vida es un regalo cada
mañana… Que te levantas y el Sol aún brilla en los ojos de las personas que
amas. Que cada gota es como la lágrima feliz de una madre que ve sonreír
a su hijo cuando le mira a la cara, de un muchacho enamorado que escribe un
poema a su amada, de un amigo que recibe de otro ese abrazo que tanto le hacía
falta.
No eches el ancla, pata de palo, que la tempestad siempre acaba… Sigue navegando
por ese mar de olas ácidas, pues en ellas aún hay botellas que regalan palabras.
Disfruta y ríe, compañero, que cada momento es una ocasión especial para seguir
surcando las aguas…
Vive, sueña y ama. Pero no llores, amigo.
No llores, porque no somos nada.
Final con fuerza, rima interna y olas ácidas. Genial.
ResponderEliminarTienes mucho ojo para los recursos líricos, y un buen dominio sobre el poema en prosa. Sencillamente... encantador.
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