nos
ensordecen con canciones rotas.
Entramos
en los caminos de espinas
siguiendo
en vano el olor de una rosa.
Se
hincan las espinas, sangran los años,
y
otra noche nos sorprende temblando,
helados
de frío y de desengaño.
Ebrios
por beber el agua de la vida,
empezamos
a ahogarnos en sus olas.
Nos
quedamos más ciegos cada día,
pues
buscamos luz y encontramos sombras.
Queda
en silencio nuestro triste páramo.
Se
oye tras el viento el débil murmullo
de
un llanto de corazones quemados;
en
cenizas quedaron los susurros.
Las
espinas cubren el desierto helado
mientras
ando por ellas hacia la nada.
Me
derrumbó el amor envenenado
que
olí en aquella rosa embrujada.