y
nuestras risas murieron de lástima.
No
hielan el Sol ni paran el tiempo,
ni
florecen ya nunca esas miradas.
No
brillan los ojos ni los sentimientos,
ni
el metal de las espadas del alma.
Ya
no eran mis ojos los que hacían
en
tu cara brillar las esmeraldas.
No
eran ya mis manos las que harían
por
tu rostro mil senderos de magia.
Ardía
un sueño. Ardía una esperanza.
Y
nuestras bocas quedaron selladas.
Ya
no tenía el corazón palabras.
Todo
estaba dicho. No quedaba nada.
Nuestras
vidas en silencio quedaban.
Nuestras
voces se oían ya lejanas,
y
sólo susurraba entre las llamas,
por
última vez, un “no te vayas”.